Ayer por la tarde bebí demasiado y esta noche he
tenido un sueño extrañísimo- me comentó Gog el otro día en la Pepita.
-Me parecía que me hallaba bajo una cúpula inmensa
construida de hierro y cristal, colocada sobre la Tierra sin columnas ni
pilastras, como una esfera gigantesca cortada por el ecuador. El pavimento no era de madera ni de cemento, sino
de barro apisonado y a trozos húmedo. En medio se levantaba una especie de
palco cubierto de manifiestos con letra dorada. Un hombre bajo, casi enano, vestido
con un redingote rojo, iba de un lado a otro del palco, con un martillo en una
mano y una campana en la otra. En torno al palco, algunas docenas de personas,
casi todas mujeres, y estas mujeres, casi todas viejas, encorvadas y vestidas
de luto.
Por las conversaciones de mis vecinos -aunque
hablasen en voz baja- pude comprender que se trataba de una subasta. El hombre
escarlata vociferaba, tocaba la campana y agitaba el martillo, pero sus
palabras se confundían con los ecos de la enorme bóveda de cristal.
Al cabo de un rato se hizo el silencio -o me
habitué mejor al ruido- y pude comprender el discurso del enano.
-Lote 32. Se vende al mejor postor el reino de
Persia. Superficie, dos millones de kilómetros cuadrados; diez millones de
habitantes. Excelentes ciudades de arte y de comercio; puertos en el océano
Indico y en el mar Caspio. El país produce petróleo, fruta, tapices, opio,
poetas y bailarinas. Quinientos setenta kilómetros de ferrocarriles. Precio
inicial de subasta: cuarenta y siete mil millones.
Nadie levantó la mano, nadie hizo oferta. El
subastador esperó un poco, con el martillo levantado, luego tocó la campana y
dijo con voz cansada:
-Lote número 33. Se vende al mejor postor la
República de Liberia. Casi cien mil kilómetros cuadrados de superficie; dos
millones de habitantes. País exportador de productos tropicales y susceptible
de desarrollo. Abundancia de café, de goma, de marfil, de nueces y de aceite de
palma. Precio inicial de subasta: cuatro mil seiscientos millones.
Dos viejas se consultaron en voz baja, pero luego
encogieron la cabeza y bajaron los ojos. Nadie dio señales de querer
adjudicarse la República de Liberia. El subastador, con el mismo rito, gritó:
-Lote número 34. ¡Atención! ¡Importante! Se vende
al mejor postor la Unión de Repúblicas Soviétícas con todos sus territorios y
dependencias en Europa y en Asia. País vastísimo, recursos inagotables. Más de
veinte millones de kilómetros cuadrados poblados por ciento cuarenta millones
de habitantes. Ocasión magnífica, gran perspectiva para todos los capitalistas
de todos los países. Tierra fértil, subsuelo riquísimo. Grano y legumbres a
bajo precio: petróleo, antracita, hierro, cobre, platino, piedras preciosas a
voluntad Ocasión única para empresarios y especuladores. Posibilidad de pagos a
plazos. Precio base: novecientos setenta y tres mil millones.
Nadie, como de costumbre, se movió. El enano
vestido de encarnado parecía muy agitado.
- ¡Novecientos setenta y tres mil millones!
-continuaba aullando-. Es un regalo. Negocio seguro. Las estadísticas oficiales
a disposición de los compradores. Facilidades de pago. ¡Novecientos mil
millones únicamente! Todo comprendido; suelo y subsuelo, ciudades y
ferrocarriles, puertos y minas, bosques y lagos, hombres y mujeres. Únicamente
con el petróleo se rescatará en diez años el capital invertido. ¡Ocasión
maravillosa, que no se presentará más! Valor, señores: ¡únicamente novecientos
mil millones! Único y definitivo: ¡ochocientos cincuenta!
Un joven gordo que se hallaba cerca de mí se sentía
visiblemente tentado. Le vi avanzar hacia el palco y hablar al oído del
subastador. Pero se separó casi en seguida.
-Demasiado obstinado -dijo-. Por seiscientos
cincuenta y hasta por setecientos yo hubiera hecho el negocio.
El subastador agitaba la campana y anunciaba un
nuevo lote:
-Lote número 35. República de Nicaragua. Ciento
cincuenta y seis mil kilómetros; seiscientos cincuenta mil habitantes. País
pequeño, pero de gran porvenir. Produce y exporta grandes cantidades de azúcar,
café, madera, nueces de coco, pieles y oro. Precio de subasta: setenta mil
doscientos millones.
No conseguía moverme de allí, aunque yo hacía
como los demás, es decir, no compraba nunca nada. Me parecía que la subasta
continuaba sin descanso durante horas y horas. Las viejas vestidas de negro
iban por parejas en torno del palco, escuchaban atentamente las cifras
anunciadas por el subastador y las comentaban sonriendo. Los hombres estaban
menos tranquilos, pero nadie se atrevía a alzar la mano. Uno solamente, que
parecía un tratante de bueyes, se decidió al final a comprar la República de
Andorra por cuatro millones y medio.
-Me servirá para la caza -dijo a la vieja que
tenía al lado, como para excusarse.
El subastador había dejado el martillo y se
enjugaba la frente con un pañuelo rojo grande como una toalla. Parecía
extenuado, pero dispuesto a continuar hasta que el atlante de la Tierra se
hallase en la última página. Sonó la campana más fuerte, para un nuevo lote,
pero por fortuna me desperté de aquel sueño monótono y absurdo.